La Medicina Clínica o Alopática.
La medicina clínica o alopática pertence a las profesiones sanitarias reguladas. Ésta se basa en la curación mediante medicamentos farmacéuticos o intervenciones quirúrgicas. La medicina se puede complementar, nunca sustituir, con Terapias Alternativas y Naturales.
¿Qué es la medicina clínica o alopática?
La medicina clínica ortodoxa también se denomina alopatía (del griego altos, “distinto”, y pathos, “enfermedad”), porque se basa en el uso de medicamentos que producen efectos opuestos o que contrarrestan los síntomas de la enfermedad tratada.
El tratamiento alopático de un caso de fiebre por infección bacteriana, por ejemplo, sería la administración de un antipirético (fármaco que baja la fiebre) junto con un antibiótico para combatir la infección.
De acuerdo con la medicina clínica alopática, los síntomas constituyen, además de señales de enfermedad, anomalías que deben suprimirse. Sólo los doctores en medicina con estudios reglados y reconocidos oficialmente pueden ejercer la medicina clínica o alopática y prescribir medicamentos, remedios y terapias.
Los medicamentos farmacéuticos de la medicina alopática
Desde sus orígenes, el ser humano ha mantenido una búsqueda incesante de medicamentos: sustancias cuyo efecto sobre el organismo les confiere la capacidad de combatir y aliviar las enfermedades. El uso terapéutico de tinturas, infusiones, ungüentos, cataplasmas y otros preparados de plantas medicinales data de la más remota antigüedad.
La difusión del conocimiento y los descubrimientos geográficos del Renacimiento enriquecieron la farmacopea medieval con remedios de la Antigüedad clásica y con aportaciones de Asia y América. Para el siglo XVII, el oficio de apotecario (especialista en la preparación y el suministro de medicamentos) se hallaba tan arraigado como el de médico, curandero tradicional, charlatán y brujo.
La industria farmacéutica moderna nació en 1834, cuando los apotecarios franceses inventaron la cápsula de gelatina. Al fin las medicinas pudieron tomarse sin notar su sabor, a menudo desagradable; además, sus efectos eran más duraderos, ya que los principios activos se absorbían lentamente a medida que la gelatina se disolvía en el intestino. Los remedios tradicionales empezaron a perder terreno y, a fines del siglo pasado, el vendedor ambulante que pregonaba las virtudes de un elixir capaz de curarlo todo cedió su lugar al agente farmacéutico que visitaba a los médicos para convencerlos de la eficacia de cierto medicamento de patente para tratar una enfermedad específica.
En la actualidad, se calcula que los medicamentos representan alrededor del 12% de los costes totales de la atención médica. En algunos países desarrollados, el coste real de los fármacos prescritos anualmente es cinco veces mayor que hace 40 años.
Aunque no está claro si la expansión de la industria farmacéutica es causa o consecuencia del aumento en las prescripciones médicas, ambos hechos son innegables y tienen numerosas repercusiones. Los médicos generales prescriben unas tres cuartas partes de los medicamentos que se venden, y los laboratorios farmacéuticos dirigen a ellos la mayor parte de su publicidad: folletos, muestras gratuitas y visitas de agentes, en lo cual invierten sumas considerables. La inversión vale la pena, pues, en general, produce ventas por un valor 10 veces superior.
También el público ha desempeñado un papel importante en el auge farmacéutico. En ciertos países industrializados, cerca del 60% de la población toma al menos un medicamento en un momento dado, y se calcula que sólo la mitad de ese porcentaje lo hace por prescripción médica. Además, en la mayoría de los hogares hay por lo menos una medicina de patente cuya venta no requiere receta.
Prescripción y riesgos de los medicamentos en tratamientos clínicos alopáticos
Muchos médicos y pacientes han llegado a creer que todo tratamiento exige la prescripción de uno o más medicamentos, pero se trata de una idea equivocada y peligrosa. Ciertos riesgos se derivan de una práctica incompetente; otros, de malentendidos entre médicos y laboratorios farmacéuticos; otros más, de errores de los pacientes y, en raras ocasiones, de una experimentación inadecuada o insuficiente antes de que un producto salga a la venta.
Un error frecuente es que el paciente interrumpa el tratamiento porque se siente mejor y cree erróneamente que se ha curado al haber cedido los síntomas. Algunas personas, sobre todo los ancianos, malinterpretan o no entienden las instrucciones del médico y siguen tomando un medicamento demasiado tiempo, a veces después de empezar a tomar otro destinado a sustituirlo.
Otro peligro de los fármacos es el de las interacciones, es decir, los efectos indeseables que en ocasiones se producen cuando se toman dos o más medicamentos al mismo tiempo. (Por ejemplo, está contraindicado tomar analgésicos como la Aspirina, el Ibuprofeno y el Acetaminofén si se está bajo tratamiento con anticoagulantes, diuréticos o anticonvulsivos, pues hay alto riesgo de sufrir sangrados gástricos o de desarrollar úlceras). Por eso, al recibir una prescripción, es muy importante informar al médico sobre cualquier otra medicina que se esté tomando.
La industria farmacéutica somete sus productos a pruebas rigurosas antes de sacarlos al mercado. Por desgracia, esta práctica no está exenta de errores, que pueden resultar trágicos, como el que se cometió a finales de la década de 1950 con la Talidomida, un sedante que causó graves anomalías congénitas a los bebés de las mujeres que lo tomaron durante los primeros meses del embarazo.
A veces es el propio padecimiento lo que obliga a correr un riesgo. Ciertas infecciones gastrointestinales graves, como la fiebre tifoidea, exigen el uso de Cloranfenicol pese a que éste puede producir anemia aplásica y dañar la médula ósea, entre otros efectos secundarios adversos. Por desgracia, otros antibióticos resultan ineficaces en esos casos.
Por último, está el peligro de las sobredosis. A pesar de los riesgos, el consumo de fármacos de patente sigue siendo excesivo. Quizá la explicación radique en los motivos inconscientes por los que algunos médicos extienden recetas y algunos pacientes esperan recibirlas. Se calcula que uno de cada seis pacientes hospitalizados padece los efectos secundarios de un fármaco prescrito por un médico.
Sea como fuere, conviene insistir en que los medicamentos pueden hacer más daño que beneficio si no se siguen escrupulosamente las indicaciones del médico en cuanto a dosis, distribución de las tomas en el día y suspensión de su empleo. En ocasiones complementar los tratamientos con terapias alternativas naturales puede reducir el impacto de los efectos secundarios de los fármacos en nuestro organismo. Los avances de la medicina clínica son indiscutibles pero no por ello se debe descartar la eficacia de algunos remedios tradicionales como medicina natural.